Espejos

Espejos

«No vas a comer más chocolate», le dice una madre a su hija mientras saca otra onza para metérsela en la boca.

«Las cosas no se piden gritando», dice el abuelo qué utiliza el grito como modo habitual de comunicación.

«No se pega», regaña un padre a su hijo mientras le da un azote en el culo.

«Pídele perdón», reclama la abuela que jamás ha pronunciado esa palabra.

«Tienes que ser valiente», dice el tío que no se atreve a plantarle cara a un compañero de trabajo que le humilla.

«Todo el día viendo la tele. Al final la voy a desenchufar», insinúa una madre que apenas levanta la mirada de la pantalla de su teléfono.

«Recoje ahora mismo tus cosas», exije el padre que deja cada día su ropa sucia tirada en el suelo.

Los/as niño/as nos observan, y lo hacen constantemente porque, como sus principales referentes, les aportamos información sobre cómo poder adaptarse y convivir en el mundo al que pertenecen.

Construyen su manera de pensar y actuar en base a todo lo que les mostramos (consciente e inconscientemente). No cesan en su labor de recoger datos que reorganizan continuamente sus esquemas de interacción social. Cada palabra y cada gesto resultan nuevos modelos a imitar.

Muchos de nuestros mensajes están llenos de incongruencias que a menudo no percibimos. Pero llegan, distorsionados y dispuestos a confundirlos/as. Nuestro aprendizaje versus nuestro automático, batallas sobre las que debemos reflexionar.

Somos su ejemplo y hemos de darle la importancia que merece, empezando por dirigir el foco hacia nosotros/as mismos/as en lugar de hacia ellos/as, como habitualmente sucede.

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