El comienzo de una nueva vida 

El comienzo de una nueva vida 

Esta primera entrada era obligada. Tenía muchas ganas de escribir sobre el postparto; esa etapa en la que entra una mujer instantes después de dar a luz. Que ¿por qué este tema y no otro? Pues porque, personalmente y desde mi experiencia, creo que es un asunto del que se habla bastante poco y para el que pocas estamos física y mentalmente preparadas. Precisamente por eso mismo, porque cuesta hablar de ello.

Durante el embarazo, el cerebro de una mujer cambia mucho, para focalizar la mayoría de sus pensamientos en todo lo que rodea al futuro bebé. La transformación es tan grande que una llega a olvidarse de cosas tan simples y cotidianas como ir a la compra o de que ha quedado con una amiga. Te llegas a plantear incluso si ese problema de memoria es normal. Cuando te informas sobre ello, te tranquiliza saber que otras tantas mujeres embarazadas están en tu misma situación y acabas planteándote sobrevivir a base de ponerte notas y alarmas en el teléfono móvil. Al menos, ese fue mi caso.

Al principio tus preocupaciones se concentran en las primeras ecografías y pruebas, que suelen ser las más importantes, ya que en ellas se confirma si todo marcha bien. Una vez superada esta fase, llegamos al segundo trimestre del embarazo en el que, suelen decir, se disfruta más. Las náuseas desaparecen, la tripita ya se nota, los movimientos del bebé se sienten cada vez con más intensidad… Suelen ser las semanas más tranquilas y en las que podemos invertir tiempo suficiente para organizar los planes futuros: elegir el nombre del niño/a, preparar su habitación, comprar ropa y demás cosas que se vayan a necesitar… Y, por supuesto, dedicar horas y días a fantasear sobre lo maravillosa que será la vida al ver su carita por primera vez.

Por último, llega el tercer y último trimestre. Éste, aunque bonito también, suele ser algo más duro de llevar. El peso de la barriga limita a menudo la movilidad de la futura madre, haciéndola sentir más torpe y muy cansada, sobre todo al final del día. La mente percibe que el momento del parto está cada vez más cerca y muchas de las reflexiones se dirigen en esa dirección. Es cuando nos solemos informar más sobre esa fase: te planteas qué tipo de parto quieres tener, te imaginas la cara de tu hijo/a al nacer, llegas a visualizar el parto en sí miles de veces, aumenta tu preocupación por si algo no saliera bien… Es una avalancha de ideas tan inmensa que es prácticamente imposible dedicar un solo minuto a lo que vendrá después del nacimiento.

Pienso que la naturaleza, que es sabia, decidió que ya teníamos la cabeza suficientemente ocupada durante todo el periodo gestacional como para cargarla también con un tema tan delicado como es el postparto. Así que, después de dar a luz, llega de golpe la cruda realidad. Tienes en tus manos a tu precioso bebé, al que amas con todas tus fuerzas y del que, indudablemente, no te quieres separar. Habéis convivido alrededor de 9 meses unidos por el mismo cuerpo y, sin embargo, todavía os queda mucho para conoceros el uno al otro. Él o ella es nuevo/a en este mundo y ahora sois tu pareja y tú quienes debéis enseñárselo, siempre dándole una bienvenida lo más empática y cálida posible. Eso supone un gran esfuerzo que, indiscutiblemente, todos estamos dispuestos a hacer. Obviamente, porque, si no lo hacemos por nuestro pequeño/a, ¿por quién lo íbamos a hacer sino? Sin embargo, estar cada día al pie del cañón no es tan fácil, y más aún en el caso de la madre. Ella pasa por una serie de cambios tan drásticos que hacen verdaderamente difícil sobrellevar la situación. Y de los primeros días dependerá que esta condición se alargue o no en el tiempo.

¿Cuál es esa transformación de la que hablo? Son por todos y todas oídos «síntomas» como la alteración hormonal, el dolor de pecho (en madres lactantes), los entuertos, el cansancio, los puntos, etc. Y lo complicado de gestionar todo esto es que viene todo de golpe y sin previo aviso. Y creo que ni por asomo se puede estar preparada para algo así. Yo, que había leído sobre el tema y me había informado tanto en los cursos de preparación al parto, creía que estaría prevenida para gestionarlo llegado el momento. Pero no fue así. Aún recuerdo lo duros que fueron aquellos primeros días después de dar a luz. Las hormonas me jugaron malas pasadas, llegando a sentirme deprimida e incapaz de controlar el llanto por cosas, a veces, banales. Siempre se han contado historias de este tipo, como «se puso a llorar porque se le había caído el bolígrafo al suelo». Pues en mi caso, la pérdida de mi tripa de embarazada fue lo que me hacía sentirme vacía y triste, echaba de menos la conexión que tenía con mi bebé cuando estaba dentro de ella… La gente de mi entorno no lo entendía. «Ahora está fuera contigo y le puedes ver y tocar, antes no podías. Deberías estar contenta» me decían, pero a mí no me consolaba y sólo me hacía sentir más incomprendida aún. Pero, otras veces, una no llega a saber ni porqué se siente de esa manera y se culpabiliza por ello. Es difícil de describir la sensación que se experimenta en ciertos momentos. Por eso, lo adecuado en estos casos sería intentar empatizar con esa persona que sufre y nunca hacerla sentir avergonzada ni diferente por ello. Basta con apoyarla y respetarla, aunque no la entendamos. En este último caso, algo así sería suficiente: «veo que estás muy triste, desahógate todo lo que necesites. Yo estoy aquí para escucharte». ¿Se ve la diferencia?

Así pues, de la noche a la mañana te encuentras teniendo que manejar una situación totalmente nueva e inexplicable para ti. Y es normal que, siendo tantas cosas a la vez, se haga verdaderamente difícil sobrellevarlo al principio. Por eso es de vital importancia contar con el apoyo adecuado de amistades y familia cercana. Sin una ayuda sólida, es fácil que la situación te acabe desbordando.

Aunque, junto a todas estas cuestiones, hay una, la más importante, la que te llena de energía y te completa como madre: tu bebé. Esa personita a la que con tantas ganas has estado esperando, a la que apenas conoces y, sin embargo, más quieres en este mundo. Tu hijo/a va a ser quien te dé fuerzas para levantarte cada mañana después de haberte pasado la noche en vela; quien haga desaparecer el dolor de tu cuerpo cuando esté acurrucado en tus brazos; quien te transmita lo mucho que te necesita cada vez que aprieta tu dedo con su manita, después de haber estado llorando un buen rato; quien, con una sola mirada, te diga que todo, absolutamente todo lo vivido, ha merecido la pena.

La maternidad es muy bonita, y también muy dura en esta primera etapa. Pero es algo único e inexplicable que no dudaría en volver a repetir. Ser madre es lo más grande que me ha pasado en la vida y quiero compartirlo con el mundo.

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