Con la comida sí se juega

Con la comida sí se juega

La alimentación es un tema que, inevitablemente, preocupa a muchas familias. Queremos que nuestros/as hijos/as lleven una dieta saludable y tengan una buena relación con la comida. No hay recetas mágicas para nada en lo que se refiere a la crianza en general, pues cada familia es distinta. Sin embargo, siempre hay unas pautas que nos puedes allanar el camino.

Uno de los métodos cada vez más sonados es el denominado Baby-Led Weaning (BLW). Como ya expliqué en la entrada Hablamos de BLW, tiene muchos beneficios, que superan con creces a las desventajas.

Desde pequeña siempre he escuchado la frase «con la comida no se juega», en casa, en el comedor de la escuela y en cada sitio en el que me tocaba comer. Lo cierto es que no fui muy buena comedora en la infancia (ésa era mi etiqueta) y solían estar encima de mí insistiéndome a cada bocado que daba. Pero, ¿quién puede cogerle el gusto a algo que hace por obligación? No ha sido hasta la edad adulta cuando he descubierto realmente el placer de comer, de saborear cada bocado, cada mordisco, de degustar con verdadero disfrute el sabor de cada plato.

Me aterraba pensar que mi hijo fuera a convertirse en lo que un día fui yo y, por supuesto, no se me pasaba por la cabeza obligarle a comer si su deseo era otro. Me parecía complicado que pudiera ver ese acto (tan necesario para nuestra supervivencia) como algo verdaderamente agradable. Se habla tanto de «la suerte» cuando se trata de crianza… «Que suerte que le guste la fruta», «vaya bien que te haya salido buen comedor», etc. Parece que dependemos del azar en este aspecto.

Pude aprovechar la época en la que M aún estaba dentro de mí para buscar información al respecto. Resultó que, lo poco que sabía sobre el Baby-Led Weaning hasta aquel entonces, no sólo se limitaba a ingerir alimentos sin triturar, sino que iba mucho más allá. Se trataba de favorecer la autonomía y la autorregulación del bebé de pocos meses; de cambiar «imposición» por «elección» y de transformar «conflicto» en «placer». Todo se basaba en una relación de confianza, de compartir y crecer juntos. Y la idea de ponerlo en práctica acabó cautivando mi atención, dándole un giro radical a mi perspectiva sobre lo que significaba el momento de la comida en el mundo de los/as más pequeños/as.

Entonces lo entendí, el juego (como base de cualquier aprendizaje a esa temprana edad) era fundamental para conseguir un acercamiento a los nuevos alimentos. Un bebé tiene la necesidad de tocar, aplastar, golpear, mordisquear, chupar, estirar, observar, oler, lanzar… En definitiva, conocer lo que va a meterse en la boca. Como cualquier otra persona haría ante un alimento completamente desconocido. Quizás no lo manipularíamos de esa forma, pero lo miraríamos, lo removeríamos con los cubiertos, lo cortaríamos, lo oleríamos… Todo a nuestra manera adulta y políticamente aceptable por los demás.

Ése ha sido nuestro valioso «truco» para conseguir que M disfrute de verdad del placer de comer: darle la oportunidad de conocer la comida a su manera, a su ritmo (además de compartir junto a él mesa y menú). Sin llegar al año de edad, ya sigue una dieta completamente saludable. Es decir, que «por suerte» M come «de todo» (el entrecomillado exceptúa todos aquellos productos azucarados, precocinados, procesados y malsanos del mercado), y sólo muestra su enfado cuando ve que su plato se ha quedado completamente vacío.

A pesar de haber tenido siempre claro que la imposición u obligación nunca van a llevar a nadie por el camino deseado, estos últimos meses también me han servido para reafirmarme en esa idea. M tiene una buena relación con la comida sana y la única vía que ha hecho esto posible ha sido el respeto a sus ritmos y necesidades.

En resumen, ya sabéis cuál es mi recomendación: una batita, un trozo de hule al suelo y un menú saludable. No hace falta más para empezar a disfrutar del placer de comer en familia.

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