Las tetas de Amaia (y de nadie más)
Amaia es la amatxu (madre) de Lucía (23 meses) y Jone (6 meses). Estas dos hermanas comparten pecho y vínculo con ella, recibiendo mucho más que alimento a través de una lactancia en tándem desde hace poco más de medio año.
Lucía, a quien le cuesta encajar la llegada de la pequeña Jone, demanda más que nunca el afecto de su madre. Desde que el bebé entró en casa, siente haber perdido el que hasta entonces había sido su privilegiado puesto en la familia. Todos los besos, abrazos, masajes, momentos de juego, cosquillas… en definitiva, todo ese cariño y atención, pasan a ser algo repartido.
Aunque apenas utiliza unas pocas palabras para expresarse, no resulta suficiente para hacer entender al mundo su continuo malestar actual. En su interior conviven sentimientos de tristeza y miedo que le empujan a buscar una salida a toda costa. Se ve en la obligación de hacer todo lo que esté en su mano para recuperar a su amatxu y su vida de meses atrás. Y eso conlleva un cambio llamativo en su actitud.
Ahora pasa más tiempo con su aita (padre) y echa de menos la relación tan especial que tenía con su madre. El pecho de ésta satisface principalmente ese vacío afectivo que tanto percibe. Desde que vino a este mundo, ése ha sido siempre su cobijo cuando ha tenido miedo, su serenidad cuando buscaba calma, su consuelo ante el dolor… Sin embargo, ahora no parece estar tan accesible como antes. Y no lo puede entender.
Amaia, por su parte, no sabe cómo manejar la situación. Jamás le negaría el pecho a su hija, pero actualmente vuelve a pedirlo con la misma intensidad de cuando era recién nacida y, tras varios meses sin notar cambios, a estas alturas se siente completamente desbordada.
Por otro lado, los comentarios de los p/madres en el parque empiezan a hacer mella en ella y terminan por confundirla aún más. Tenía entendido que dar el pecho en tándem era posible entre hermanos/as. ¿Será verdad eso que dicen de que la pequeña se queda sin leche? ¿Será perjudicial para la mayor continuar mamando? Ya no sabe si está actuando de manera correcta.
El entorno familiar y su pediatra tampoco le ponen el camino fácil, pues no entienden su empeño en continuar con la lactancia materna en el caso de Lucía. Del mismo modo, la lluvia de reproches cae también sobre la menor que, a su corta edad, no tiene posibilidad alguna de defenderse ante los constantes ataques repletos de prejuicios de los adultos. «Deja que tu madre descanse», «¿otra vez en la teta?», «pareces una niña pequeña»… Llamarlo humillación es quedarse corto/a.
Cuando veo una situación similar, no puedo evitar preguntarme por la falta de empatía de la persona que se entromete en esa relación de dos. Que no de tres ni de cuatro, sino de dos: madre e hijo/a. Me consta que se trata de algo cultural, pero no por ello es inamovible. Curiosamente, cuando un bebé mayor de seis meses o un año no toma pecho, no se nos ocurriría hacerle un interrogatorio a la madre para saber la razón por la que ha destetado. Se entiende que es una decisión muy personal y respetable en cualquier caso, donde nadie más tiene derecho a opinar. Por tanto, debería mostrarse el mismo respeto por quien está en la situación opuesta y decide continuar con su lactancia.
Como dato aclaratorio, quiero hacer mención a las preguntas formuladas en un párrafo anterior. En realidad, una madre que da el pecho a sus dos hijos/as produce la cantidad de leche suficiente como para poder alimentar a ambos/as. A mayor estimulación, mayor es la producción. En consecuencia, no peligra la dieta de ningún/a hermano/a. Y, por otro lado, como indican numerosas publicaciones de organismos internacionales en relación con la salud pública, la lactancia materna no tiene riesgos, sino todo lo contrario, el aporte que ofrece a nivel nutricional, inmunológico, cognitivo y psicosocial es sobresaliente. Lo que hace que sea una opción totalmente recomendable hasta que se dé un destete natural.