Material: el cesto del tesoro
Seguramente más de uno y una habréis oído hablar del cesto del tesoro. Es una actividad dirigida a bebés que se mantienen ya sentados. La franja de edad puede variar desde los 6 a los 16 meses (si la postura se adquiere de manera autónoma).
Aunque podemos encontrarlo a la venta, no es un material que necesitemos comprar en una tienda, puesto que podemos crearlo nosotros/as mismos/as en casa. Las medidas recomendadas para el cesto son 35cm de ancho por 8cm de alto. La cesta debe ser plana, firme y resistente (el mimbre es un material apropiado para ello). En su interior colocaremos 60 objetos de origen natural y elementos cotidianos, pero nunca juguetes. Los objetos pueden ser de madera, cuero, metal, etc. Procurando evitar siempre el plástico, ya que es la textura a la que más acostumbrados/as están los/as niños/as por ser el componente más habitual de los juguetes comerciales.
Os doy una serie de propuestas para incluir en el cesto del tesoro: cochas de mar, esponjas, piedras, piñas, ramas de árbol, cucharas de madera, fruta, pinceles, moldes pequeños de repostería, mortero, lazos, funda de gafas, cartera de cuero, cremallera, rollo de papel higiénico, cepillos, etc. Como veis, la lista puede ser interminable. Los objetos se mantendrán durante un tiempo y se irán cambiando poco a poco. Es decir, retiraremos progresivamente algunos viejos mientras vamos introduciendo los nuevos; sin modificar todo de golpe.
Con estas características mencionadas más arriba, lo ideal es que el material pueda ser compartido por un máximo de 3 bebés. Es aconsejable que el cesto se presente en un espacio tranquilo para el/la pequeño/a aprendiz; libre de ruidos y demás estímulos que puedan desviar su atención.
Atraído por los objetos del entorno, el bebé irá desarrollando su capacidad motora y cognitiva. Es decir, mejorará la coordinación de movimientos (la pinza, el equilibrio, la adquisición de nuevas posturas…) y, al mismo tiempo, fomentará su imaginación y habilidades creativas. Los elementos del cesto son herramientas de aprendizaje y la interrelación entre ellos le irá mostrando nuevos descubrimientos.
Además, esta actividad es perfecta para trabajar la atención y la concentración a través de los sentidos. Cuando el/la niño/a manipula los objetos que se le presentan (los chupa, los toca, los golpea, los lanza, los observa…), va descubriendo paulatinamente las cualidades de los mismos. Así, recibe información de su temperatura, olor, sabor, peso, textura, tamaño y color, y esto le va a permitir adentrarse en un conocimiento más extenso de su entorno.
Con esta práctica, también se le da cabida a la parte emocional (a veces tan olvidada). El/la protagonista del juego tiene en su mano la oportunidad de coger y escoger los objetos de su interés, lo que hace palpables, entre otros, la satisfacción y el placer que le produce esa libertad de juego.
¿Y cuál es el rol del adulto? En el cesto del tesoro, como en otras experiencias de exploración, la intervención del adulto es innecesaria. No obstante, su presencia es fundamental. El papel que desempeñará será el de observador/a del juego del bebé, sentado a una distancia razonable.
Asimismo, se encargará de seleccionar y modificar gradualmente los objetos del cesto. Es importante que respete en todo momento la actividad del bebé limitándose a observar, ya que esto le permite conocer al/a la pequeño/a, sus intereses y necesidades, mientras su presencia en ese espacio le aporta seguridad en el juego.