Mi lactancia de cuento

Mi lactancia de cuento

Ya sin estar embarazada, siempre me había imaginado dando pecho a mis hijos/as del futuro. Ellos/as me transmitirían su sentimiento de hambre, inseguridad, dolor y yo los/as amamantaría en mis brazos; haciendo que ese malestar se fuera desvaneciendo mientras nuestras miradas se cruzaran en el mismo punto. No faltarían sonrisas, caricias ni palabras de afecto. Y disfrutaríamos de todos y cada uno de esos momentos tan íntimos.

Personalmente, creo que, si la naturaleza ha provisto a la mujer de alimento para sus crías, debe ser porque eso es lo que necesitan. Creo fehacientemente en la lactancia materna y a demanda. Y para conseguir que sea exitosa, tener información al respecto es muy importante, pero también lo son la confianza en tu propio cuerpo y en tu bebé.

La naturaleza cumple con su función en el 98% de los casos, aproximadamente. Lo cual se aleja bastante de la creencia popular de que «muchas mujeres no tienen leche». Por su parte, el bebé viene al mundo cargado de numerosos reflejos que le ayudarán a adaptarse a su nueva vida extrauterina (los llamados «reflejos de supervivencia»). Entre otros, el reflejo de succión, que le permite alimentarse en cuanto siente cerca los senos de su madre.

Es curioso como, desde el mismo momento en el que un bebé nace y es puesto en contacto piel con piel, se activa inmediatamente el reflejo de búsqueda de forma innata. A pesar de nuestra corta edad (porque hablamos de segundos o minutos de vida), nuestro desarrollado olfato, ayudado de la escasa visión, nos permiten focalizar la fuente de alimento. Para facilitar ese primer contacto, el pezón de la madre ya ha tomado un tono más oscuro a la largo del embarazo. Y así, de manera instintiva, somos capaces de levantar la cabeza (la extremidad más pesada del cuerpo) para dejarla caer en el pecho y comenzar a succionar. Es algo verdaderamente sorprendente. Pero, verlo y vivirlo es, no sólo emocionante, sino maravilloso. ¿Cómo no creer en algo así?

Sin embargo, al principio no resulta tan sencillo y bonito como lo pintan. En mi caso, al menos, fue bastante duro. Durante mi embarazo tuve tiempo pero, sobre todo, ganas e interés por informarme acerca de la lactancia. Uno de los libros que me abrió las puertas a este mundo totalmente desconocido entonces para mí (y diría que también para muchos/as profesionales y familias) es, lo que podría denominarse como «la biblia de la lactancia materna»: Un regalo para toda la vida, de Carlos González. A medida que iba avanzando en las páginas, me daba cuenta de lo poquito que sabía sobre este tema y de lo necesario que es conocerlo y profundizar más en él. Aprendí mucho al leerlo y, hoy en día, lo tengo a mano por si tuviera que hacer cualquier consulta. No obstante, más tarde me percaté de que, por mucho que una lea, nada es suficiente hasta estar en la situación (es decir, cuando pasas de la teoría a la práctica; cuando ya eres madre y vas a amamantar a tu bebé ). Con esto, no pretendo que nadie se desanime a leer o a buscar información al respecto. Por supuesto que tener conocimientos sobre lactancia es esencial. Lo que quiero decir con esto último es que eso no garantiza que las cosas salgan siempre bien, sino que a veces, nos hace falta una ayuda extra de gente experimentada e involucrada en el tema.

En mi caso, mi hijo nació con retrognatia. Su labio inferior estaba hundido y, aunque podía coger el pecho con fuerza y succionar, no hacía bien el agarre. Nos dijeron que era cuestión de meses que se corrigiera, pero hasta que llegara el momento, tenía que abrirle la boca varias veces en cada toma e intentar que agarrara lo mejor posible. Durante ese tiempo, me repetían una y otra vez que la succión no tenía que dolerme. Es cierto, unos meses más tarde, constaté que la lactancia materna no duele. Pero hasta entonces, lo realmente difícil para mí fue conseguir que no doliera a pesar de esa pequeña malformación temporal en la boca de mi hijo.

Ese imprevisto, con el que no contaba cuando leía el mencionado libro, supuso mucho más que dolor. El mal agarre tan complicado de gestionar para una madre primeriza derivó en tres horribles mastitis, un galactocele, numerosos principios de grietas y un sentimiento de culpa constante. Sin embargo, creía (y creo) en lo normal y natural, sabía que algo pasaba y acudí a una asesora de lactancia en busca de ayuda. Finalmente, después de mucho esfuerzo, lucha y sufrimiento, conseguí la lactancia que había imaginado años atrás. Agradable y dulce.

Después de haber vivido esta experiencia, me conciencié mucho más sobre la importancia de poder contar con una fuente de apoyo, calor y sabiduría cercana. Alguien que, cuando no quieres rendirte, cuando realmente quieres seguir adelante con tu lactancia, te diga que hay solución y no te ofrezca un biberón como parche (si no es lo que quieres). Por eso, he sentido la necesidad de formarme como asesora de lactancia materna. Para ser capaz de buscar una opción satisfactoria y adecuada a cada madre lactante que la necesite y solicite. Porque nadie tiene que despedirse de manera forzada de algo en lo que cree y quiere llevar a cabo.

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