SUGERENCIAS TAN DOLOROSAS COMO BIENINTENCIONADAS

SUGERENCIAS TAN DOLOROSAS COMO BIENINTENCIONADAS

Recuerdo perfectamente el día en que supe que estaba embarazada. Me había comprado un par de «predictors» hacía varios días y estaba deseosa de hacerme la prueba. Mi marido me convenció para esperar hasta pasadas tres semanas desde la ovulación para, en caso de estar embarazados, evitar falsos negativos. Y el 31 de octubre, fecha hasta la que pude esperar, abrimos la caja y me fui al baño con el aparato. 10 minutos después, dos rallas asomaban por la pequeña pantalla. Positivo. Obviamente, esperaba que ésa pudiera ser una de las opciones, pero me llevé una sorpresa. Una grata sorpresa. Aún necesitaba una confirmación más certera de un profesional sanitario, alguien que me asegurara que aquello estaba pasando de verdad. Un par de semanas más tarde, me hicieron una ecografía y quedé prendida al escuchar el apresurado latir del corazón del que iba a ser mi hijo.

Hasta llegar al final del primer trimestre del embarazo, no quisimos difundir la noticia entre familiares y amigos. Lo que, hasta la fecha, con el cambio de dieta, se hizo verdaderamente difícil de esconder. Pronto empezamos a recibir tantos consejos como felicitaciones. Yo estaba tan emocionada y sumergida en mi deseo de ser madre, que no le daba mayor importancia.

Sin embargo, a medida que se iba acercando la fecha de parto, los comentarios de gente cercana y de la que no lo era tanto, no paraban de inundar nuestras cabezas. Sobre todo la mía. Que si «cuando el bebé nazca tienes que tener tiempo para ti, así que déjate ayudar y delega», «no te vuelvas loca con lo de la lactancia materna, si llora, le das un biberón y listo», «chica, ganas tienes de sufrir pudiendo ponerte la epidural», etc. Y entonces me di cuenta de lo fácil y habitual que resulta en nuestra sociedad opinar y atiborrar a consejos a una futura madre. Incluso cuando ella no lo haya solicitado.

Lo curioso de todo esto, es que se hace con tanta naturalidad y buena intención, que una no puede más que sentir apuro a la hora de responder o por, simplemente, pensar lo contrario. Incluso es fácil llegar a cuestionarse si lo que se siente o piensa es lo más adecuado porque, al fin y al cabo, tú eres una novata y quienes te dan esas recomendaciones suelen ser veteranas en este campo.

Una vez das a luz, esos comentarios que creías que irían disminuyendo, se reproducen significativamente. Y para tu sorpresa, a menudo llegan a ser contradictorios. «Si le coges en brazos le vas a malacostumbrar» y «Pero mira con qué carita te mira, ¿no le vas a coger? » o «¡Joe, ya está otra vez colgado de la teta!» y «Se le ve intranquilo, ¿no le vas a poner un poco al pecho?»… Puede caer un comentario hoy, pero siete mañana. Además, todo el mundo se cree libre de opinar. Y cuando digo todo el mundo, me refiero a un amigo, la tía de tu padre, una vecina que antes ni te saludaba y hasta un grupo de señoras que te cruzas por la calle… Sinceramente, ¿no es para volverse loca?

«¿Qué se puede hacer ante esto?» Me pregunté en más de una ocasión. Por un lado, sería pertinente responder, pero ¿cómo? Soltando un discurso teórico con el que añadir mil razonamientos que pueden llegar a aburrir hasta a la persona más interesada, dejando caer un tajante «porque así lo queremos hacer» o escupiendo un «¿a ti qué te importa?»… Por otro lado, a veces, resulta absurdo gastar energía y tiempo en contestar a alguien que volverá a repetir el mismo discurso pasado mañana. Y por último, asustan un poco las consecuencias de hacerlo de cualquiera de las maneras; por el mero hecho de no entrar en conflicto al no saber cómo reaccionará esa persona (sobre todo cuando es alguien que te importa y sabes que no te lo dice con mala intención). Sin embargo, nadie se para a pensar en esa madre, en la situación tan delicada por la que está pasando, en esa poca paciencia que le puede quedar después de tantas noches de maldormir… y encima, tiene que escuchar de boca de todos que lo está haciendo mal. Porque, sí, ése es, en definitiva, el mensaje que le llega a esa madre, aunque no sea el objetivo del emisor. «No le cojas en brazos, que le vas a malacostumbrar»; lectura: no lo estás haciendo bien. «Pero mira con qué carita te mira, ¿no le vas a coger?»; lectura: vaya madre, que no quiere coger a su propio hijo. Creo que se entiende la idea, ¿no?

Pues ésta es la otra cara, la que algunas han olvidado y otros/as desconocen. Así es como se puede llegar a sentir una mujer cada vez que le dicen que lo que hace no es lo adecuado, qué es lo que se debería de hacer o qué es lo que, supuestamente, hacen todas las demás. Y todo ello sin ninguna base científica. Por todo esto, creo que es necesario procurar acercarse con tacto y, sobre todo, empatía hacia la otra persona. Tratar de ponerse en sus zapatos para entender cómo lo vive desde su experiencia. E iré más allá, añadiendo que esta práctica no debería de limitarse solamente a madres o mujeres embarazadas. Siempre es bueno ponerse en la piel del otro para reflexionar y darse cuenta de que no todo es como lo vemos.

 

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