Vamos a ¿comer?

Vamos a ¿comer?

Esta entrada nace al hilo de un vídeo que vi ayer y que me ha impactado de tal manera que he necesitado escribir sobre ello.

Resulta que una conocida marca que se dedica a la «alimentación» infantil (las comillas no son casuales. No puedo otorgarle ese título a una empresa que llena de azúcar todo lo que produce; cuando ése es, precisamente, uno de los ingredientes a evitar a esta edad. E, incluso, me atrevería a decir que a cualquiera) ha creado una cuchara para dar de comer a los bebés. Y al oír eso, automáticamente, podréis pensar: ‘¿una cuchara? Ese invento llega tarde, tengo montones de ellas en casa’. Sí, pero ésta es «mágica», porque consigue que el bebé coma sin rechistar. Sorprendente, ¿verdad?

Se trata de un utensilio en el que el adulto encaja su móvil para conseguir así entretener al bebé, mientras éste deja de ser consciente de lo que está pasando a su alrededor, hipnotizado por las imágenes que reproduce el teléfono (ver vídeo). Esto da pie a que el bebé coma una cucharada tras otra, hasta terminarse lo que su padre o madre le ha preparado.

Hay a quien esto le pueda parecer inofensivo. Al fin y al cabo, ésa es una de las mayores preocupaciones de las familias de hoy en día, que los/as niños/as coman. Pero, ¿qué es lo que queremos realmente? ¿Que un bebé engulla sin ni siquiera percatarse de lo que está haciendo o que coma con y por placer? Esta cuchara «milagrosa» no va a conseguir que un/a niño/a le coja gusto a la comida, sino más bien todo lo contrario. Dejando de percibir la señal interna que le informa de su saciedad y, abriéndole las puertas, entre otras cosas, a una posible obesidad futura.

Cuando se empieza con la alimentación complementaria alrededor del medio año de edad, el objetivo de los primeros meses no es tanto que se coman todo lo que hay en el plato como el hecho de que exploren, toquen, prueben sabores y texturas diferentes y se vayan creando poco a poco rutinas. Para que esto ocurra, basta con sentar al bebé con nosotros/as a la mesa y ofrecerle alimentos (a poder ser, lo más similares posible a los nuestros). No sólo para que vaya probando texturas y sabores nuevos, sino para que también vaya agudizando sus habilidades y poniendo en funcionamiento su sistema digestivo. Todo de manera consciente.

No debemos olvidar que, durante el primer año de vida, la leche es el único alimento imprescindible y necesario. Todo lo demás complementa a éste. Además, desde que nace, el bebé va desarrollando su capacidad (si le dejamos) de decidir qué, cuánto y cuándo comer. Sin darnos cuenta, su sensación de hambre y la necesidad de saciarla existen desde que llega al mundo y es, al tomar la leche a demanda, cuando empieza esa autorregulación. Por lo tanto, lo ideal es dejar a un lado las prisas y olvidarnos de «enseñarle» a hacer algo que ya sabe hacer.

Para entenderlo, suele ser útil intentar verlo desde la posición de un/a niño/a, trasladándolo a una situación que nos pueda resultar más familiar. Como, por ejemplo, cuando vamos a comer un plato de elaboración gastronómica muy diferente a la habitual para nosotros/as. Normalmente, nuestra primera reacción sería mirarlo, moverlo con el tenedor, olerlo… Exactamente igual que hace un bebé con cada nuevo alimento. Nosotros/as, nos guste o no, probablemente nos acabemos la cantidad que nos pongan en la mesa, por educación. Sin embargo, un bebé no puede reparar en eso y, si la comida no le convence, después de explorar un rato el alimento, lo tirará o lo dejará en el plato y querrá centrarse en otra cosa.

El bebé está dotado de señales que le indican lo que necesita, por eso no debería de ser el adulto quien impusiera la cantidad que (a nuestros ojos) saciará el hambre del/de la pequeño/a. Recordemos que el objetivo es crear una buena relación con la comida. Así que, dicho esto, sólo nos queda añadir dos ingredientes imprescindibles en nuestro menú familiar diario: paciencia y confianza. De verdad, todo lo demás llegará.

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